La maternidad va asociada al concepto de familia porque se considera familia una pareja con descendencia. Menos en un hospital, cuando te preguntan si eres familiar. Si dices que eres la pareja ya lo consideran suficiente y no te preguntan si tienes hijos. Me gustaría decir que la familia es un sistema de organización como otro cualquiera. Pero no puedo decirlo. La familia es el pilar sobre el que se construyen las tribus. Todas las tribus están llenas de familias y todas las familias están llenas de traumas. Pero de alguna forma tenemos que organizarnos. A mí me hace mucha gracia cuando en una familia entra una persona ajena, la novia de un hijo, el novio de un hijo, o cualquier otra variante, y todo el mundo contempla a esa persona con recelo porque no es de la familia. Pero lo normal es que las familias que no son incestuosas así, en el ámbito popular, lo son básicamente las monarquías, aunque no tienen la exclusiva) estén formadas por gente que no se conocía antes de ser familia. Total, que en la vida nos encontramos, nos juntamos y formamos una familia. Esta es la idea. Aunque tu familia, la de donde provienes, no haya sido un lugar seguro ni agradable, ya te montas tú una a tu medida. Hasta que llega la edad en que oyes decir a todo el mundo:
-Estoy haciendo lo mismo que mi madre hacía conmigo y me sacaba de quicio.
Pues sí. La vida es así de cochina. Por eso cuesta un montón desprenderse de todo lo que aprendemos de manera inconsciente y, aunque no nos guste, se nos queda grabado. Como el machismo. Ni más ni menos. Lo detectamos, pero lo tenemos tan aprendido que está tan tolerado que nos quejamos y ya. Eso sí, nos quejamos. Que no es lo más habitual. ¡Quejémonos, mujeres! ¡Que es muy grave!
Los defensores de la llamada familia tradicional, esta gente que va a manifestaciones con un jersey rosa sobre los hombros y que piensa que lo más transgresor que puede hacer es cortar una calle para gritar: “¡Esto es un desmadre, queremos padre y madre!”, abogan por un modelo de sociedad en tonos pastel, esa clase decolores tan poco sufridos, que se ensucian enseguida. Entre esta gente hay mujeres, madres de familias numerosas y no tan numerosas, y hombres, padres de familias numerosas y no tan numerosas, que creen en Dios y en la incapacidad de las personas homosexuales para criar a un niño. Alguien tiene que decirles, yo acabo de quedarme afónica, que los homosexuales nacen de familias heterosexuales y que, por lo tanto, algo habrán hecho mal los padres heterosexuales de estas familias que tanto defienden. Eso o el castigo divino es muy épico. También habría que comentarles que quizás los padres y las madres homosexuales críen tan bien a sus hijos que cuando estos elijan su opción sexual opten por una heterosexualidad radical. Porque, evidentemente, eso es algo que se elige, ¿verdad? Los defensores de la familia tradicional unida en santo matrimonio son unos grandes abanderados del machismo. Es su manera de entender el mundo. Cualquier cambio es pecado.
Conviene recordar, para terminar con tanto pensamiento limitado, que muchas personas han crecido rodeadas solo de mujeres, no por un tema de homosexualidad, sino de viudedad. Ahora las llamamos familias monoparentales (que suena fatal). Una familia monoparental es lo que antes se conocía como una viuda con hijos. Ahora lo son muchas separadas y solteras con hijos. Antes, las mujeres que sacaban adelante solas a sus hijos no estaban etiquetadas con una palabra tan técnica. Ahora sí. Antes había de todo, pero no se le ponía nombre. Y, si no estaban casadas, muchas mujeres tenían que esconderse. Dar a sus hijos en adopción o hacer cosas terribles para evitar que una sociedad perversa las señalara constantemente con el dedo. Antes había que ser muy valiente para romper las normas. Ahora hay que ser muy pesada.
Desde siempre ha habido personas a las que les ha tocado crecer en entornos donde solo han tenido un referente femenino. La famosa figura paterna tan necesaria, no la han tenido cerca. Con todo, estas personas se han hecho personas. Algunas han tenido éxito, otras no. Algunas han tenido una infancia muy feliz, otras han sufrido más. También hay personas que han crecido sin madre. Les ha pasado exactamente lo mismo. Lo importante es reconocer que no hay nada que sea estrictamente necesario, porque la experiencia nos ha demostrado que las ecuaciones no funcionan siempre. Por eso, lo que se sigue considerando un entorno estable para un niño es, en realidad, un entorno conservador. Los niños necesitan lo mismo que las personas adultas: que nos quieran. Después, ya se darán cuenta de cómo está montada la sociedad. Porque, tengan la parentela que tengan, les tocará socializar. Han venido aquí para eso. Así que esa criatura que vive con una madre o un padre tendría que estar sorprendida de que muchos niños y niñas tengan un padre y una madre. Hasta podría compadecerlos. Pero, de momento, de quienes nos compadecemos es de esos niños que no han tenido la suerte de crecer con padre y madre.
La familia está por inventar. Hay quien elige a los amigos, hay quien opta por algún hermano, y hay quien lo escoge todo, rollo sincrético, que no falte de nada. Pero las mujeres no estamos intrínsecamente ligadas a la familia, como tampoco al instinto maternal ni a la empatía. Podemos ser cualquier cosa. La familia no es sagrada. Las mujeres solas no están amargadas. Es posible ser madre sin pareja masculina ni femenina, e incluso sin haber nacido mujer. Puede que seas mujer, que siempre pases las revisiones médicas con buenos resultados y que no te gusten los niños. Eso también puede ser. En cambio, hay mujeres que nada más ver a un crío en el autobús necesitan entablar conversación. De hecho, muchas mujeres tendemos a fijarnos en los niños, pero, por suerte, no todas les hablamos. Entonces, ¿quién es más mujer? ¿La que no puede contener el instinto maternal y se desvive por todas las criaturas que se cruzan por su camino o la madre que lleva al niño en cuestión y no está dispuesta a aguantar que cualquier persona, sea hombre o mujer, hable con su hijo y que, encima, se le exija ser simpática? Bingo. Ambas son mujeres. No hace falta que lo vean igual. La igualdad, una vez más, es otra cosa.
Volvamos al tema de la distribución de tareas (conciliación, conciliación), que se agrava cuando aparecen los hijos. Cuántas veces hemos oído a amigas nuestras decir:
-No, yo tengo mucha suerte con Fulano. Se ocupa mucho de los niños. Y me deja hacer.
¡Oh! He aquí el hallazgo del siglo. Un hombre que hace de padre y quiere lo suficiente a su pareja para respetarle la vida. Pero esta amiga que consideramos afortunada no se da cuenta de que la suerte es nos entirse afortunada en ese aspecto. De que eso no tendría que ser la fortuna. Afortunada sería si la persona con quien has elegido convivir…
a) Te acompañara a navegar si es lo que más te gusta.
b) Aceptara la invitación a un restaurante del que sales apestando a fritanga de por vida y lo disfrutara como tú.
c)Follase muy bien y tuviera ganas muy a menudo (como tú).
d)No tuviera nunca ganas de follar (como tú).
e) Te entendiera al hablar.
Estos son ejemplos de fortuna. Pero en el mundo real, una pareja, esencialmente un hombre, que contribuya a sacar adelante todo lo que implica una organización familiar y que, además, pueda ayudar a destruir los roles establecidos en los hogares, es un hombre muy cotizado. Por algunas. Por muchas. No es de extrañar. Las cifras, por ejemplo, de las solicitudes de excedencia de los hombres para cuidar a los hijos son ridículas. ¿Por qué no la piden ellos? ¿Porque no quieren o porque serían el hazmerreír? ¿Porque son las mujeres las que prefieren quedarse en casa? En España, solo un 7% de los hombres solicita permiso de paternidad. Yo creo que soy tan de letras porque los números me abruman. ¿De verdad que aún estamos así?
Cuando la diputada de Podemos Carolina Bescansa acudió por primera vez a su puesto del Congreso, se llevó a su bebé al escaño. Aquella fue la imagen de la nueva no legislatura de principios de 2016. Todo el discurso político desapareció y el debate se centró en bebé sí o bebé no, sobre todo, tras recordar que en el Congreso de los Diputados de Madrid hay una guardería para los trabajadores.
-Podía haber dejado al niño en la guardería.
-No está bien que ella, que puede dejar al hijo en la guardería del trabajo, haga esta reivindicación.
-Utiliza a su hijo como arma política. Eso está feo.
-Esta reivindicación no la hace por ella. La hace por las que no tienen la posibilidad ni de llevar a sus hijos al trabajo ni de disponer de guardería.
-El caso es dar la nota. Estos de Podemos no saben cómo llamar la atención. Y encima, el niño lleva el faldón del bautizo de su bisabuela.
Algunos comentarios más, todos por el estilo. Está comprobado que los trabajos que ofrecen una guardería para la plantilla tienen unos empleados más relajados, más concentrados y el nivel de absentismo es menor. Es obvio que el hecho de no tener que dejar al niño en tal sitio y después ir tú a otro facilita las cosas. Es obvio que tener a la niña lo más cerca posible genera tranquilidad. Es tan obvio que estas guarderías son totalmente excepcionales. Y las madres y padres dejan a sus hijos en algún lugar cerca de casa y al terminar el trabajo, dondequiera que está, van a buscarlos con la lengua fuera, eso si llegan, si no envían a una canguro, a menudo con parte del sueldo irrisorio que cobra la madre. Yo me mareo de tanta obviedad. ¿Vosotras no?
La filósofa francesa Élisabeth Badinter alerta sobre la moda actual de la crianza natural de los hijos, pues reconduce a las mujeres al hogar, lo que supone retroceder un paso de gigante. Eso es así. Con la crisis, los derechos de las mujeres también se han visto recortados, aunque no lo haya dictado ninguna ley. Antes, con las guerras, morían muchos hombres y muchas mujeres se quedaban solas y tenían que trabajar para poder salir adelante. Esto sacó a muchas al mercado. Una crisis es distinta. Los hombres no mueren, se quedan sin trabajo, algo que, para muchos, equivale a la muerte. Es como los jubilados. Hay mujeres que no quieren que sus maridos se jubilen nunca. Convivir con ellos es algo que no se habían planteado ni cuando decidieron casarse. Yo lo entiendo. Te has pasado la vida currando, has seguido unas rutinas estables durante la tira de años y, de pronto, ya no tienes que vestirte para ir al trabajo ni acordarte de comprare el pan cuando vuelves a casa por la tarde. La vida está mal montada, así, en general.
Pero volvamos a Badinter. Esta filósofa también dice que con la precariedad laboral, la desigualdad salarial, el menosprecio y la competitividad a la hora de hacer carrera, muchas mujeres optan por la crianza de los hijos, algo que es mucho más estimulante. Por eso triunfan las posturas naturalistas. “Hoy, para muchas mujeres, tener un hijo es como crear una obra maestra” (El País, 18 de agosto de 2015).
Las posturas naturalistas a las que Badinter se refiere son las que abogan a favor de alargar la lactancia o dormir con los hijos. Son actitudes que pueden defenderse como una forma de vida mucho más conectada con la naturaleza, pero una cosa es intentar estrechar el abismo que nos separa de los ritmos naturales y otra vivir exclusivamente en modo reproductivo. Por suerte o por desgracia, algunas inquietudes nos han abierto un mundo de posibilidades. La felicidad de un individuo no depende de lo mucho que haya oído el didyeridú mientras estaba en el vientre materno. Y si depende de eso que nos lo digan, que dejaremos de fumar para poder soplar.
Este retorno al hogar supone, para todas nosotras, perder una nueva oportunidad de aspirar a los lugares de toma de decisiones. Pero ¿qué se puede hacer su una mujer decide que lo que más le llena en la vida es cuidar de sus hijos?
¿Qué se puede hacer si uno de tus hijos te dice que lo que más le llena en la vida es alistarse en el ejército? ¿Qué se puede hacer cuando tu pareja te dice que lo que más le llena en la vida es escalar sin cuerda?
La responsabilidad que tenemos como mujeres es encontrar nuestra manera de estar bien. No la que nos han impuesto. Es evidente que para muchas mujeres es mucho más gratificante responsabilizarse de un proyecto de vida como es sacar adelante a una personita. Es que es muy fuerte. ¡Está claro que es una obra maestra! Pero imaginemos más inquietudes, aparte de esta. No hay por qué renunciar a ellas. No tenemos por qué privarnos de nuestros espacios públicos. Porque hay un montón de mujeres que no se plantean renunciar a nada. Conscientes de que les supondrá un esfuerzo mucho mayor, también se sentirán recompensadas. E incluso conseguirán que la culpa, esa cosa tan molesta que nos crece como un grano de pus una vez tras otra, no salga en el desayuno, cuando vean a unos niños a quienes no les hayan podido leer el cuento antes de ir a dormir.
Así que sí. Estoy de acuerdo con Badinter. Las modas están llenas de trampas. Nunca son exclusivamente estéticas.
Otro peso que recae sobre las madres es la obligación de sentir un amor incondicional por sus hijos. Pero los hijos, este entre genérico tan solo unificado en relación con el parentesco, son personas individuales que tienen vida propia. Nos han escrito que por un hijo debes dar la vida. Debes darlo todo. Desposeerte. Porque ahora ya no eres tú, es él. Ella. Pero hay mujeres que consideran que ese amor condensado no es indispensable. La leche sí. Y se sienten bien teniendo vida más allá de la maternidad. Habrá quien sienta la necesidad, este amor que está por encima de todo o esta creencia en el orden natural de las cosas. Tiene toda la lógica. Yo no digo que no. Pero es que a veces parece que todavía vivimos bajo conceptos de la Edad Media. Los hijos son sacrificio. Parir con dolor. Y es que también puede ser que un hijo te caiga mal. Que no significa que no lo quieras, o sí, pero también quiere decir que un hijo puede ser precisamente esa persona con la que no quieres estar. Puede que sea poco natural, pero es precisamente otro tabú que se conserva por los siglos y los siglos. Estas relaciones son muy complicadas. A menudo, son la semilla de numerosos hechos que irán surgiendo a lo largo de la vida. No basta con decir “yo quiero mucho a mis hijos”, porque querer mucho no es lo mismo que dar vida.
Y recordad. Los hijos son como el dinero: están bien, pero no dan la felicidad. La reproducción de los esquemas de género que continúan perpetuándose en las familias es preocupante. Padres que les dicen a sus hijos si bailan que “eso es cosa de chicas”, o madres que les dicen a sus hijas “nosotras lo aguantamos todo”, como si más que una carga, fuera algo heroico. Imaginad caminar más ligeras. La espalda saldrá bien parada. Y es que, al fin y al cabo, somos bípedas.
(Natza Farré. Curso de feminismo para microondas. Now Books. Barcelona. 2018)