Durante buena parte del período helenístico, Atenas ejerció de forma hegemónica el papel de foco cultural griego. Allí nacieron y vivieron Sócrates y Platón, y Aristóteles acudió a la ciudad para formarse en la Academia de Platón. Antes que él, también se sintieron atraídos por Atenas Anaxágoras, Protágoras y Gorgias, entre otros.
Casi desde el inicio del período helenístico, otra ciudad de reciente creación comenzó a rivalizar con Atenas. Se trata de Alejandría, la ciudad que Alejandro Magno mandó construir en su honor en el delta del Nilo con la intención de convertirla en capital de su imperio y que, sin embargo, nunca llegó a ver concluida. Fue Ptolomeo, uno de los generales que se repartieron el impero de Alejandro Magno a su muerte, quien finalizó las obras e hizo edificar allí un museo y la mayor biblioteca de la Antigüedad. Estas dos instituciones se constituyeron como el centro del saber del mundo antiguo.
Los avances en el conocimiento que se lograron allí pueden y deben ser considerados científicos en el sentido contemporáneo del término, puesto que constituyen la base sobre la que se edificaron los logros que dieron origen a la ciencia moderna.
Las bibliotecas en la Antigüedad habían sido siempre privadas y, cuando no tenían un único dueño, estaban especializadas de modo que todas las obras que contenían trataban sobre materias que eran útiles para sus propietarios. La biblioteca de Alejandría, en cambio, era de uso público. Sus fondos bibliográficos, procedentes de todos los rincones de la geografía conocida, eran muy superiores a los de cualquier otra biblioteca de las que habían existido hasta entonces, y en sus anaqueles se podían encontrar los temas más variados.
En los más de 700.000 volúmenes que llegó a atesorar la biblioteca más grandiosa del mundo antiguo se encontraban representadas todas las culturas conocidas. De este modo, se convirtió, junto con las conquistas militares de Alejandro Magno, en la gran impulsora del helenismo. Ese fenómeno globalizador que acabó siendo la cultura dominante durante varios siglos y que sustituyó definitivamente a la cultura helénica.
Sin embargo, no fue la biblioteca la única causa de la transformación. Junto a ella se construyó un museo concebido como institución dedicada a las musas, que en la mitología griega eran las divinidades protectoras de las actividades artísticas e intelectuales. El museo de Alejandría no fue un lugar en el que almacenar y exhibir colecciones de objetos valiosos, como hacen nuestros museos contemporáneos, sino un espacio pensado y diseñado para el trabajo intelectual y artístico. Los sucesivos directores del museo, auspiciados por la dinastía gobernante en Egipto, pusieron especial empeño en dotarlo con todos los aparatos e instrumentos necesario para la investigación en astronomía, física, biología o medicina.
Las riquezas de la nueva ciudad, su ubicación inmejorable y, por encima de todo, su biblioteca y su muso ejercieron una atracción irresistible para todos los amantes del saber de la época. Allí acudieron las mentes más privilegiadas y se creó un ambiente propicio para favorecer la investigación y el progreso del conocimiento como no se había dado hasta entonces. En este contexto floreció la ciencia en la Antigüedad, que realizó avances y alcanzó logros que en muchos casos perduraron durante dos o más milenios, y que posteriormente influyeron en la ciencia moderna.
(Francisco Ríos Pedraza. Historia de la Filosofía. 2 Bachillerato. Editorial Oxford. Madrid 2023)